Juan Ignacio Fernández
¿Cuáles son las particularidades de escribir en un proceso como el que plantea Proyecto 3? ¿Qué dificultades y qué satisfacciones surgen en esa tarea?
La particularidad de Proyecto 3 es el vacío. En mi poca experiencia, el vacío al iniciar la escritura de una obra es fascinación. En Proyecto 3 ese mismo vacío me genera angustia. Una angustia y la necesidad de llenarla.
Entonces se genera un acuerdo implícito: ellos confían que yo entregaré un texto y yo confío en que ellos crearán uno mejor. Las semanas pasan y a fuerza de intentar comienzo a relajarme en la escritura, retoma el juego y ahora la fascinación se genera por el hecho de haber creado criaturas y una poética que seguramente no hubiese logrado en la soledad. No es que mi voz como dramaturgo desaparezca, sino que converge con otras voces, otras energías y poesías.
Mi dificultad reside en aprender a trabajar desde ese vacío inicial, sin presionarlo, sin que la ansiedad gane. Entender el objetivo del proyecto, conseguir un registro de las energías de los actores y del director, y liberarme a la vez de todo eso al momento de escribir, confiando que cada hora que pase viéndolos y registrando, ha quedado en el algún lugar dispuesta a salir al momento de escribir la obra.
La satisfacción es ver el camino recorrido. Ver como una imagen surgida de algún ensayo que nadie recuerda se convirtió en una escena, en acción.
¿En qué aspectos consideras que el diálogo con el director y los actores enriquece tu propio trabajo y el del teatro en general?
El trabajo de escritura suele ser solitario. Sin tener que darle demasiadas cuentas a nadie, y estableciendo su propio mundo de reglas y proceso. Es como pasar de mi departamento de soltero a una cena en familia. Hay más gente involucrada. Hay más puntos de vista. Hay más de todo. Y se debe aprender a construir desde ese lugar. Abrir un poco ese mundo de cristal que uno suele guardar hasta que esté lo más perfecto posible, y desde los primeros textos, exponerlo ante el director. No es una tarea fácil para mí. Pero vuelvo al factor que para mí es indispensable en éste proyecto: confiar. Y lo que se termina logrando mucho más estimulante, sin duda, tanto por el proceso como por el resultado final.
¿Qué valor pensás que tiene tu presencia (el dramaturgo en general) en todo el proceso de ensayos y dirección de la obra?
Llegado el momento de los ensayos de puesta, la presencia se torna más transparente, tipo fantasma activo, presente y ausente, porque el camino del director con las actrices necesita también de cierta soledad. También hay que desprenderse del texto escrito y comenzar a trabajar sobre el nuevo texto que se va generando en los ensayos, ayudando a encontrar el sentido cuando algo se pierde, apoyando al director en sus búsquedas y también transformando ese primer lugar de angustia en un lugar de contención, que le permita al director trabajar con libertad.
Ya se han apropiado de la visión de la obra que quieren transmitir y de a poco los personajes van tomando formas en los cuerpos de las actrices. El trabajo en ésta etapa es mucho más relajado. Hay un disfrute de ver el trabajo de los actores con el director, y poder verlo un poco desde afuera para también poder captar las diferencias entre el texto escrito y el nuevo texto y continuar trabajando para mejorarlo cuando lo necesite. También creo que la mirada del autor para el director, en ésta etapa, como a la inversa lo es en la primera, es necesaria, de apoyo y enriquecimiento, de discusión y acuerdo. El texto sigue creciendo y de formas increíbles en ésta etapa.
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